Aquel aspirante a escritor estaba harto. Había buscado por todas partes esa tan ansiada inspiración que no le brindaba más que fugaces destellos, a cada cual más esquivo. Había leído todas los libros sobre escritura que había encontrado, estudiado todas las obras de aquellos llamados celebres intentando hallar el fragmento que dio a aquellas maravillas inmortalidad en la mente de los hombres, viajado a los hermosos e indescriptibles paisajes de nuestro mundo cuya cierta belleza daba nombre a innumerables relatos que leyó. En muchos lugares encontró algo parecido a la inspiración, pero se dio cuenta de que una vez más se le escapaba.
Pensando en esta su historia el aspirante a escritor andaba por la montaña cuya cima era objetivo. Así lo había determinado. Paró, sacó su cantimplora, bebió y saboreó, junto con el vital líquido, la dulce sensación que producía el pensar que estaba a punto de conseguir su posible meta. Sólo con dar unos pocos pasos a través de la densa niebla y encontraría a su musa.
Con esa idea se guardó la cantimplora y ando. Llegó a la cima.
Vio.
La inmensa extensión del Agua Negra se extendía bajo el valle, como si tratara de un infinito mar de color obsidiana. Una densa niebla descansaba encima como una vaporosa piel blanca, acentuando el fresco de primeras horas de la mañana. No se agitaba lo más mínimo, sino que permanecía como un cristal estigio: extenso, poderoso e imponente. Había que reconocer que era un lago impresionante, vasto e increíblemente profundo, situado en el enorme cráter que se abría como unas gigantescas fauces de las que sobresalían dientes rocosos. Brillantes jirones plateados descendían entre las piedras apiñadas y los valles ocultos, llenando la cuenca del lago, parecida a un abismo, con las aguas de deshielo de las montañas de alrededor. Su vítrea superficie ocultaba una de las pocas acumulaciones de agua todavía vírgenes en aquel país siempre cambiante. Corrían insistentes leyendas e historias acerca de antiguos seres, vivos desde mucho antes de que los hombres llegaran al mundo, que dormían en la líquida oscuridad. Era un milagro que tal sitio permaneciese oculto a los ojos del mundo, pero no a los del aspirante a escritor.
"-", Aquel fue el único sonido que pudo articular el aspirante a escritor. Una elocuente ausencia de palabra.
Una sonrisa arrugó los rasgos del aspirante a escritor, casi ocultos tras la incipiente barba que le había crecido durante la larga marcha; mientras contemplaba la vista que se extendía ante él y más allá. Desde un cerro que daba a la profunda cuenca del Agua Negra se podían ver mesetas escarpadas y espesos pinares desperdigados entre el yermo paisaje. Serpenteantes senderos y precarios desfiladeros se abrían paso entre las rocas. Siguió uno hasta la orilla de lago, sin perder de vista los majestuosos picos. Los picos, irregulares, puntas de roca coronadas de nieve, erosionadas por todas las eras del mundo, alzándose contra el Crónida como imponentes centinelas.
El aspirante llegaba a la orilla y le fue revelada la verdad. ''Ojala...'' intentaba pensar en la inspiración que tanto había buscado, en todo lo que había viajado buscando a su musa. Y sin embargo, ya fuera por contubernio de los hados, por capricho de la Dama Fortuna o por las simples y a la vez complejas , insondables veleidades de la mente humana; vio el rostro de su musa, vio el rostro que hizo que un millar de naves zarpasen a Troya, que hace que las estrellas ardan de envidia y que las olas de mares y océanos se alcen en un desesperado intento por recibir un beso. Vio los ojos que hacen que la más opulenta joya pierda todo su valor, la sonrisa cuyo recuerdo sería tesoro durante todas las eras del hombre y por la que durante eones suspirase. Oyó el canto de los pájaros, mas su nombre era el aria por las aves interpretada.
La vio a ella.
El que hasta hace unos segundos era aspirante a escritor había muerto y renacido. ¿Acaso había perdido el tiempo que usase en hallar a su musa, oculta ante sus ojos? No, porque todo su camino lo había llevado hasta la orilla del lago en que había descubierto el amor. “Ojalá estuvieras aquí conmigo“. Y el Escritor comprendió. Era el amor lo que había inspirado las grandes historias de nuestro tiempo. Era el amor la musa e inspiración de los Ilustres. Era el amor lo que creaba estrofas y destruía versos quizás incompletos. Gracias al amor existía qué, ¿él? Si ¿Ese paisaje? Quizás, dependía de la creencia de cada uno. Supo que el amor era Todo. Mas daba igual, porque comenzó a andar el camino de vuelta hacia aquella cuyo recuerdo le alentaba a caminar.
Pensando en esta su historia el aspirante a escritor andaba por la montaña cuya cima era objetivo. Así lo había determinado. Paró, sacó su cantimplora, bebió y saboreó, junto con el vital líquido, la dulce sensación que producía el pensar que estaba a punto de conseguir su posible meta. Sólo con dar unos pocos pasos a través de la densa niebla y encontraría a su musa.
Con esa idea se guardó la cantimplora y ando. Llegó a la cima.
Vio.
La inmensa extensión del Agua Negra se extendía bajo el valle, como si tratara de un infinito mar de color obsidiana. Una densa niebla descansaba encima como una vaporosa piel blanca, acentuando el fresco de primeras horas de la mañana. No se agitaba lo más mínimo, sino que permanecía como un cristal estigio: extenso, poderoso e imponente. Había que reconocer que era un lago impresionante, vasto e increíblemente profundo, situado en el enorme cráter que se abría como unas gigantescas fauces de las que sobresalían dientes rocosos. Brillantes jirones plateados descendían entre las piedras apiñadas y los valles ocultos, llenando la cuenca del lago, parecida a un abismo, con las aguas de deshielo de las montañas de alrededor. Su vítrea superficie ocultaba una de las pocas acumulaciones de agua todavía vírgenes en aquel país siempre cambiante. Corrían insistentes leyendas e historias acerca de antiguos seres, vivos desde mucho antes de que los hombres llegaran al mundo, que dormían en la líquida oscuridad. Era un milagro que tal sitio permaneciese oculto a los ojos del mundo, pero no a los del aspirante a escritor.
"-", Aquel fue el único sonido que pudo articular el aspirante a escritor. Una elocuente ausencia de palabra.
Una sonrisa arrugó los rasgos del aspirante a escritor, casi ocultos tras la incipiente barba que le había crecido durante la larga marcha; mientras contemplaba la vista que se extendía ante él y más allá. Desde un cerro que daba a la profunda cuenca del Agua Negra se podían ver mesetas escarpadas y espesos pinares desperdigados entre el yermo paisaje. Serpenteantes senderos y precarios desfiladeros se abrían paso entre las rocas. Siguió uno hasta la orilla de lago, sin perder de vista los majestuosos picos. Los picos, irregulares, puntas de roca coronadas de nieve, erosionadas por todas las eras del mundo, alzándose contra el Crónida como imponentes centinelas.
El aspirante llegaba a la orilla y le fue revelada la verdad. ''Ojala...'' intentaba pensar en la inspiración que tanto había buscado, en todo lo que había viajado buscando a su musa. Y sin embargo, ya fuera por contubernio de los hados, por capricho de la Dama Fortuna o por las simples y a la vez complejas , insondables veleidades de la mente humana; vio el rostro de su musa, vio el rostro que hizo que un millar de naves zarpasen a Troya, que hace que las estrellas ardan de envidia y que las olas de mares y océanos se alcen en un desesperado intento por recibir un beso. Vio los ojos que hacen que la más opulenta joya pierda todo su valor, la sonrisa cuyo recuerdo sería tesoro durante todas las eras del hombre y por la que durante eones suspirase. Oyó el canto de los pájaros, mas su nombre era el aria por las aves interpretada.
La vio a ella.
El que hasta hace unos segundos era aspirante a escritor había muerto y renacido. ¿Acaso había perdido el tiempo que usase en hallar a su musa, oculta ante sus ojos? No, porque todo su camino lo había llevado hasta la orilla del lago en que había descubierto el amor. “Ojalá estuvieras aquí conmigo“. Y el Escritor comprendió. Era el amor lo que había inspirado las grandes historias de nuestro tiempo. Era el amor la musa e inspiración de los Ilustres. Era el amor lo que creaba estrofas y destruía versos quizás incompletos. Gracias al amor existía qué, ¿él? Si ¿Ese paisaje? Quizás, dependía de la creencia de cada uno. Supo que el amor era Todo. Mas daba igual, porque comenzó a andar el camino de vuelta hacia aquella cuyo recuerdo le alentaba a caminar.
gracias, Escritor !! tu voz narrativa se abre al Amor... no dejes de susurrarnos con tu voz y tu palabra !
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