La soga pondrá punto y final.

Triste. Esa era la palabra que definía mi estado. Estaba triste porque todo había acabado. No había sueños bajo ese puente. Sólo la destrucción de un sueño que había terminado, nuestra relación acababa de llegar al límite, la tensión se hizo insoportable y de ley natural se tuvo que romper.

Veamos esta escena de otra manera, la manera en que yo la vi.

Una hermosa pirámide de cristal, de caras lisas que reflejaban lo que me gustaba ver, a nosotros dos constantemente, igual por las cinco límpidas e impolutas, estigias en su perfección. Pero la perfección no existe y mientras yo contemplaba embelesado la que creía hermosa realidad, a mi alrededor la vil araña, antaño bello ser, tejía en mi contra la cuerda por la que me colgaría, en compañía de la sierpe que me susurraba distracciones para no ver la realidad. Pero la pirámide estalló en un millón de fragmentos.

Lloré, lloré amargamente por todos los recuerdos felices que habían sido corruptos por la negra traición. Lloré durante horas y días por las esperanzas destruidas y los momentos inolvidables para tortura mía.

Volvamos al presente. La pirámide está rota y sus fragmentos están desperdigados a mi alrededor, ya no hay futuro, pues todo aquello que era hermoso yace a mis pies destrozado, muerto.

Y, sin embargo, ahora lo veo todo claro, un millón de fragmentos, cada uno con su propio reflejo de una vida distinta. Pues bien, ahora que no ya hay pirámide está todo decidido, voy a usar la cuerda que la araña y la sierpe tejieron, la usaré para aquello que proyectaron su creación, para aguantar mi cuerpo suspendido en el vacío durante más o menos tiempo.
Ahora mismo. Sí, sí, ahora mismo mientras mi cuerpo de dudosa existencia flexiona unos músculos y contrae otros para escribir comienzo a pensar en el nudo. Miro arriba y encima de mí hay  una hermosa y sobre todo resistente viga de hierro que es perfecta para mi tesitura.

Me subo a la silla y paso unos de los extremos de cuerda por la parte de arriba y hago un nudo. Me doy cuenta de que no sé hacer un nudo. Lo busco en Internet, una de las pocas cosas que echaré de menos en el lugar al que quiera que vaya tras ejecutar mi plan. Tras unos pocos intentos fallidos que me hacen dudar y pensar que quizás lo que ahora tengo merece la pena. Pero no, es inútil, aleja esos pensamientos de tu cabeza, no hacen más que distraerte.

El nudo está hecho, falta comprobar su resistencia, para lo que cuelgo la silla y la dejo caer unas cuantas veces. No quiero que el nudo se deshaga ni la cuerda se rompa, sería algo terrible.
Una vez comprobada la resistencia paso a la siguiente parte de mi plan, escribo una nota de despedida para la araña y la sierpe, las últimas palabras mías que tendrán el honor inmerecido de leer.

Una vez hecho dejo la nota en la mesa, con un peso encima, el fragmento de la pirámide que refleja las caras burlonas que me han llevado a hacer lo que me dispongo a ejecutar, las caras de la sierpe y la araña que se ríen de mí, hundiéndome más si cabe en la ignominia, coloco la pieza boca abajo, no quiero que lo vean, que cuando entren a ver lo que queda de mi vean en persona el efecto de sus destructivas mentiras. Antes de comenzar, me meto cuantos fragmentos puedo en los bolsillos, una filigrana innecesaria, pero daba igual. No quiero que nadie vea lo que se refleja en los fragmentos partidos de mi vida.

Me subo a la silla, me ato el nudo, estoy nervioso. Sólo tengo una oportunidad, si fallo, no me dejaran volver a intentarlo, me llevaran donde no tenga la oportunidad. Estoy nervioso, no he visto ninguna práctica de cómo hacerlo, supongo que para esto no hay profesionales ni nadie que te diga como hacerlo. El sudor me baja por la mejilla, la frente húmeda, labios secos y garganta hecha un nudo, una última lágrima por la pirámide rota. Pero ni puedo tirarme atrás, no ahora; al final van a ganar los demonios que me traicionaron, el demonio al que amé y el diablo en quién confié. Que os den por culo, bastardos.

Me acerco titubeante al borde de la silla, unos pocos centímetros más, noto como me fallan los pies, y comienzo el descenso. Aunque sé que apenas pasan unas centésimas de segundo. Es la primera vez que hago esto, quizás la última. Adiós, vida de sufrimiento y horror. Adiós, sierpe que con tu lengua bífida me mentiste y ocultaste la verdad. Adiós, vil araña, tú que tejiste la cuerda de la que ahora mi cuerpo pende a merced del viento.

Ahora viene lo importante. Comienza el descenso. Este es el verdadero momento para echarse atrás.


Rapel hacia la libertad, no sería mal título si esto fuera una película. Pero no lo es. Mientras hago que la cuerda y la viga soporten mi peso, echo el cuerpo hacia atrás, pies planos y la mano derecha sujetando la cuerda. Sin rigidez pero con firmeza. No mires abajo. ¡No mires abajo! Por primera vez siento el viento de verdad, y no desde la ventana de la torre de piedra anodina y gris del pasado. En la cara, meciendo mi cuerpo suspendido en el vacío durante más o menos tiempo. Es maravilloso ¡¡Mierdamierdamierda!! No te distraigas, no te distraigas.

Últimos metros, ya llego al suelo, un poco más, un poco más... Posar el pie en la mullida hierba que rodeaba a la torre es sin duda alguna la sensación más maravillosa que hay sobre la faz de la tierra. Me siento en una de las rocas caídas que había en la base y observo la que hasta hace menos de una hora había sido mi prisión.

Te he superado, no has podido conmigo. Ni tú ni la sierpe a la que das cobijo ni la araña que tus piedras recorre. Retuercete de rabia, porque mi nombre aún no ha caído en la infamia y haré que nunca sea olvidado.

Que te jodan.

Pariré de viaje enseguida, a vivir otras vidas, a ponerme otros nombre. A colarme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré. Un fragmento de cristal por cada alma que me queda por ser. Cada trozo ha cambiado, ya no refleja el pasado, sino el presente. Cada trozo emite destellos de colores imposibles, cada uno maravilloso y magnífico. Cada uno refleja una vida.

Ante mi se extiende ahora el camino. ¿Qué hacer? Ah, claro. Empezar el camino.





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