El chico que no tenía alma estaba cansado, cansado de buscar su alma y volver siempre a las calles de la ciudad inexistente; cansado de sentir una y otra vez la decepción por no encontrar un alma, cansado de sentirse solo. Recordaba su triste, triste vida.
Recordaba las tristes, tristes historias de las criaturas que se conformaban con volátiles y artificiales almas. Recordaba que, pese a que era su mayor deseo, no podía ayudar a los demás porque no se conocía a sí mismo; y recordaba las tristes tragedias que poblaban el mundo, las leyendas, mitos y cuentos, aquellas que le hacían llorar por amores fracasados y muertes sin sentido. Recordaba que no podía amar.
El chico que no tenía alma andaba errante como alma en pena, como ya había hecho otras muchas veces; con la diferencia de que esta vez saladas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Paseó por las solitarias y oscuras calles, por amplias pero no por ello menos tristes avenidas. Vio, como parecía ya costumbre, criaturas sin alma que llenaban aquellos paseos de almas artificiales, a la vez que corruptas. Pasó por altos edificios de perfil purpúreo, lúgubres monumentos al exceso.
Fue a ver a la vieja sabia, de piel similar al viejo cuero, tostada como el ébano, como la tierra mojada. Sus cabellos eran verdes e irradiaban vida. Iba vestida de azul y en la superficie de aquel atuendo se veían pequeños destellos plateados que surcaban durante un breve lapso de tiempo la singular túnica. Se notaba que aquella vieja había sido madre, pero no de un hijo o dos.
El chico que no tenía alma lo recordaba, a diferencia de todas las criaturas sin alma que habitaban el cruel escenario en que emprendiera la búsqueda de un alma. Sí, lo recordaba, y la magnitud de aquel dato llenaba su mente cada vez que el ello pensaba. La anciana era la madre de todo, pero aquellos era pensamiento de otras lides.
La anciana, de nombre Gaia, miró las lágrimas del chico que no tenía alma, y sonrió.
Fue en ese instante, en ese preciso instante, cuando el chico que no tenía alma comprendió la verdad.
"Es cierto que el mundo está colmado de peligros y que en él hay sitios lóbregos, pero también hay cosas hermosas y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso.
Igual que en las grandes historias, las que realmente importan, llenas de oscuridad y grandes peligros. Esas de las que no quieres saber el final, porque ¿cómo van a acabar bien? ¿cómo volverá el mundo a ser lo que era después de lo que ha sufrido? pero al final, todo es pasajero, como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día, y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aún cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo que ya lo entiendo, ahora lo entiendo; los protagonistas de esas historias se rendiría si quisieran, pero no lo hacen, siguen adelante, porque todos luchan por algo. Y es esa lucha la que hace que pasen de ser meros sacos de carne y hueso a ser ánimas".
La anciana Gaia siguió sonriendo, mirando al chico que no tenía alma con su sabia mirada.
Y el chico que no tenía alma volvió a las calles de la ciudad inexistente, dispuesto a encontrar un alma...
Recordaba las tristes, tristes historias de las criaturas que se conformaban con volátiles y artificiales almas. Recordaba que, pese a que era su mayor deseo, no podía ayudar a los demás porque no se conocía a sí mismo; y recordaba las tristes tragedias que poblaban el mundo, las leyendas, mitos y cuentos, aquellas que le hacían llorar por amores fracasados y muertes sin sentido. Recordaba que no podía amar.
El chico que no tenía alma andaba errante como alma en pena, como ya había hecho otras muchas veces; con la diferencia de que esta vez saladas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Paseó por las solitarias y oscuras calles, por amplias pero no por ello menos tristes avenidas. Vio, como parecía ya costumbre, criaturas sin alma que llenaban aquellos paseos de almas artificiales, a la vez que corruptas. Pasó por altos edificios de perfil purpúreo, lúgubres monumentos al exceso.
Fue a ver a la vieja sabia, de piel similar al viejo cuero, tostada como el ébano, como la tierra mojada. Sus cabellos eran verdes e irradiaban vida. Iba vestida de azul y en la superficie de aquel atuendo se veían pequeños destellos plateados que surcaban durante un breve lapso de tiempo la singular túnica. Se notaba que aquella vieja había sido madre, pero no de un hijo o dos.
El chico que no tenía alma lo recordaba, a diferencia de todas las criaturas sin alma que habitaban el cruel escenario en que emprendiera la búsqueda de un alma. Sí, lo recordaba, y la magnitud de aquel dato llenaba su mente cada vez que el ello pensaba. La anciana era la madre de todo, pero aquellos era pensamiento de otras lides.
La anciana, de nombre Gaia, miró las lágrimas del chico que no tenía alma, y sonrió.
Fue en ese instante, en ese preciso instante, cuando el chico que no tenía alma comprendió la verdad.
"Es cierto que el mundo está colmado de peligros y que en él hay sitios lóbregos, pero también hay cosas hermosas y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso.
Igual que en las grandes historias, las que realmente importan, llenas de oscuridad y grandes peligros. Esas de las que no quieres saber el final, porque ¿cómo van a acabar bien? ¿cómo volverá el mundo a ser lo que era después de lo que ha sufrido? pero al final, todo es pasajero, como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día, y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aún cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo que ya lo entiendo, ahora lo entiendo; los protagonistas de esas historias se rendiría si quisieran, pero no lo hacen, siguen adelante, porque todos luchan por algo. Y es esa lucha la que hace que pasen de ser meros sacos de carne y hueso a ser ánimas".
La anciana Gaia siguió sonriendo, mirando al chico que no tenía alma con su sabia mirada.
Y el chico que no tenía alma volvió a las calles de la ciudad inexistente, dispuesto a encontrar un alma...
Ay Javi, muchas gracias por tu comentario. Eres un cielo :)
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