Catorce estrellas IV

(Ante todo, excusarme por estos meses de parada, es lo que tiene estudiar para el 2º de Bachillerato, Selectividad y demás Cosas del Infierno El Día Que No Encontraron Las Cerillas. Por favor, Disfrutad con el Cuarto capítulo de Las Catorce Estrellas. Muchas Gracias)

En una gris ciudad sin nombre, tras pasar por la Caverna dónde comenzó, desde la que salió. Dejó atrás su propia sombra mientras entraba por la puerta de atrás, como en un viaje al pasado, hacia aquel día de lluvia, donde parpadeaba tenuemente un neón de luz rosa mortecina, como un barato cliché de una aún más barata historia de detectives.

Y hacia aquella guitarra que había cambiado completamente su vida.



Hasta este momento. Me levanté y recorrí el pequeño camerino que nos habían dado, no teníamos aún nada, apenas cien fans, doscientos si uno tenía el día optimista y la sangre llena de alcohol. Había cierto murmullo relativamente lejano. Los cinco estábamos nerviosos, era nuestra primera actuación fuera de la Caverna. Todo iba a ir bien, nos lo había asegurado por la Promesa. La Promesa no sería arriesgada de ese modo, así que era cierto, tenía que serlo.

La escuchábamos mientras hablaba, nunca mucho, apenas unas palabras que no se molestaban en pasar por los oídos, ese era su carácter. Nada de instrucciones, venían solas, nada de letras preparadas, todo fluía en el momento de la verdad. Ningún aviso, pues de qué sirve vivir si estas avisado de los riesgos. Tenía razón al decir esto.

Se abrió la puerta y uno de los empleados nos dijo que nos tocaba ya, aún éramos los teloneros, los principales, pero teloneros. Recuerdo aquella noche, salimos nerviosos, impacientes por demostrar de qué pasta estábamos hechos. Éramos secundarios en el concierto, pero cuando acabamos la primera canción de las cinco que íbamos a tocar el sonido ya era apabullante.  No le he dicho esto a nadie todavía, pues es una locura, pero juraría que un pequeño rayo de luz brillante y azul iba saltando por las cabezas de los que allí estaban. Fue una noche en la que aprendí una cosa bastante curiosa, todo gracias al rugido de la multitud.

Sé que es posible morir a manos de la gente que te odia. Al oír el clamor supe que era posible morir a manos de gente que te ama. Curioso.

Solo hubo un momento en el que sentí cómo era de verdad la criatura, el ente al que daba vida. Fue una sensación que no sentía desde el momento en que decidí Ser la música.

Fue la sensación que sentía cada vez que escuchaba una gran canción, la sensación que supongo sienten todos los que escuchan grandes canciones. Un vibrante escalofrío que se inicia en la espalda, avanza lentamente durante una millonésima parte de segundo y luego te recorre la columna hasta el cerebro, el cual explota con la fuerza de mil estrellas, con la fuerza que crea realidades, las rompe en un centenar de cristales de éter que se clavan en el alma y constriñen los corazones.

Grité de dolor al sentir como cada uno de los lazos que me ataban a la realidad se rompía por el efecto de aquel simple y primitivo acorde.

Grité de rabia por haber olvidado aquella sensación.

La mejor sensación de la historia.

La Canción comenzó.


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