Una estrella para el corazón.
Dicen que los corazones tienen cuatro válvulas, cuatro partes esenciales, una por cada vena. Desde aquel momento, el mío tuvo seis, una parte para cada cuerda.
La botella vacía del cerebro aún más vacío que se proponía matarme ya cogía impulso y la Parca ya alzaba guadaña que aligeraría mi cuerpo del peso del alma cuando el dolor fuese mortalmente insoportable. Era inefable.
Rasgó la guitarra.
Sonaron los ecos de la explosión primordial, los acordes de la vida y la muerte.
Empezó la canción.
Empezó la canción.
El Universo saltó y el Destino se desmontó, las reglas del juego no sólo habían cambiado, sino que habían ido al banco más cercano, lo habían atracado y ahora huían por las carreteras del éter en busca de emoción y, a poder ser, una cerveza bien fría.
La botella se calló de las manos del ebrio aspirante a Guillermo Tell y se rompió un instante antes de tocar el suelo en medio de lo que parecía una imposible luz azul brillante, por suerte, nadie se dio cuenta de ello. "A LA MIERDA, PASO DE ESTO", dijo la Muerte en un extraño arrebato de rebeldía y se fue a tomarse la noche libre, la primera desde que hubo vida, la primera en miles de millones de años. No hacían falta razones, si acaso, una excusa.
La noche fue corta. Sólo recordaría después las palabras del emocionado encargado del bar. ¿Podéis volver mañana? Por supuesto, jefe, dijimos en un cansado susurro. Fuimos a cenar algo en silencio, con las cabezas gachas, sin saber qué había pasado esa noche. Al sentarnos en el fast food más cercano especulamos un poco, sin acertar lo más mínimo. Ha sido el principio. Fue la respuesta que recibimos.
Suficiente.
No lo supimos hasta meses después. Tenía razón. Aquella noche fue sólo el principio.
La noche siguiente había más gente. Las mesas se habían llenado, parece ser que con las personas que iban los fines de semana y algunos amigos. Todo fue igual que la primera noche. Y la segunda y la tercera también, sólo había una diferencia. Cada noche más gente. Así siguió hasta la sexta, a la séptima ya hubo problemas, lo primeros, ahora los recuerdo casi con cariño. La diferencia se mantenía. Si alguien se hubiera fijado, lo habría visto. En lo más profundo de los ojos de todo aquel que escuchaba las canciones, unas pequeñas estrellas rodeadas de una tenue línea azul brillaban, eran un reflejo, pero un reflejo de nada que pudiera ser visto, sólo sentido, solo oído Sin embargo, escuchar aquellos acordes suponía ser poseído. La música entraba por los oídos bajaba hasta los brazos y los obligaba a moverse en una fútil imitación del artífice original. Bajaba hasta los pies y los forzaba a bailar. Todo eso sin pasar por el cerebro, apartando la cordura y la racionalidad desesperada.
La Promesa comenzaba a tomar forma.
Es bonito cómo expresas en palabras la forma de crear música y de los efectos que causa.
ResponderEliminarTengo muchas frases favoritas (y algunas se van a mi libreta) pero me quedo con la del principio, la que más puede resumir la historia.
Yo me apunto a una sesión de blues sin dudarlo, sep.
Muchas gracias, Pouline. Me alegra que te gusten las primeras frases. Creo que son una parte importante. Gracias por tus comentarios.
EliminarTe dedicaré mi mejor Blues ;)